Lo que iba a ser momentáneo, les resultó eterno. Cinco familias viven en un albergue en condiciones precarias. Niños y adultos pasan los días entre aguas negras y escasez de alimentos.
Por Lorena Evelyn Arráiz
Desde hace seis años un grupo de personas habitan un lugar que fue habilitado como refugio temporal.
El diccionario de la Real Academia define el término “temporal” como perteneciente o relativo al tiempo, que dura por algún tiempo y otra acepción que se ajusta a lo que se quiere subrayar es: que pasa con el tiempo, que no es eterno.
Sin embargo, 2.187 días han transcurrido desde que seis familias del Táchira fueron alojadas en un espacio, en donde antes funcionaba un depósito y luego fungió como hogar para algunas personas que perdieron sus casas, en su mayoría, por socavaciones y derrumbes producto de las lluvias.
El refugio se encuentra a unos 600 metros de la alcabala de El Mirador, en la carretera que comunica a San Cristóbal con Capacho.
En su entrada hay un gran terreno lleno de monte y de fondo, la puerta del galpón donde viven 14 niños y diez adultos constituidos en cinco familias. En la entrada se notan las carencias.
El moho se evidencia en todas partes. Un espacio amplio sirve de sala con una mueble de madera pero sin cojines. También hay dos cocinas industriales que les dio el gobierno, dijeron, pero estuvieron días sin gas y debieron sumarse a la protesta que diariamente se realizan a diario en esta zona de frontera, porque no tenían cómo preparar los alimentos y no quieren seguir en el dilema de la necesidad de cocinar pero no tienen llenos los cilindros.
A un lado y en lugar de pared, hay unas láminas de zinc para evitar que los niños se caigan en un gran pozo producto de lluvias y aguas negras de las casas y comercios de El Mirador. Todo se estanca ahí y con ello, restos sólidos. Lo que no se puede impedir con esa especie de pared son los animales que pueden transmitir cualquier tipo de enfermedad a esa población totalmente vulnerable.
Los baños son de uso común. Son Improvisados, antihigiénicos y deprimentes. No se esperaba que lucieran en mejor estado, si desde la entrada se nota que hay necesidades ypobreza en el albergue, en el refugio.
Un poco del hogar que habitaron
Cada habitación –donde adultos y niños duermen- tiene un poco del hogar que alguna vez habitaron. Lo que pudieron salvar, lo que les quedó. Algún juguete, un sencillo adorno, una fotografía, un santo tratan de darle vida y hasta color al lúgubre lugar.
Así, van creciendo los niños y adolescentes. Sin privacidad, sin individualidad. Lidiando con moscas y zancudos. Comiendo una papa de almuerzo o espaguetis. Lo que haya. Van a la escuela pero en el momento en que acudimos al refugio, varios niños estaban enfermos y no tenían ni un simple acetaminofén para calmar el malestar.
Un pendón desteñido con el artículo 34 de la convivencia de los refugios debió fungir como una especie de código de conducta entres los residentes. Y así como perdió el color ese impreso, ellos también han pedido la fe en salir de ese lugar.
En este albergue abundan las necesidades, abundan los peligros, abunda la pobreza.
Quien desee conocer las carencias de cerca puede visitarlos y llevarles algo de comer, de beber, de útiles personales y hasta juguetes. Una tímida sonrisa de cualquiera de los 24 habitantes del lugar se los agradecerá.